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La necesaria revisión de la casta universitaria española

septiembre 23, 2015

Es evidente que España se juega mucho en el desafío al Estado de Derecho encabezado por el presidente de Cataluña Artur Mas. Parece impensable que España pueda perder esta batalla, pero deberíamos sacar alguna conclusiones para evitar situaciones similares en el futuro.

Cualquier español pudiera pensar que este duelo podría perderlo nuestro país por simple incomparecencia o, mejor dicho, por dejación de funciones de los partidos políticos de ámbito nacional, partidos que supuestamente deberían representar el interés general.

En esa dejación de funciones destacan por igual PP y PSOE. Sin embargo, es un innegable mérito del zapaterismo habernos devuelto a las dos Españas, reabriendo una vieja herida que ya pensábamos cicatrizada como resultado del acuerdo entre fuerzas políticas de la Transición.

No podemos entender el ‘zapaterismo’ como un fenómeno accidental, sino como el resultado de plasmar en la esfera política los prejuicios de la elitista, oligárquica y endogámica burocracia española, en concreto, de la casta universitaria de la que provenía el propio Zapatero.

Esta casta no presta servicio alguno a la ciudadanía, ya que su propio fin y existencia se orienta exclusivamente a inocular en los estudiantes un veneno contra la empresa privada y la generación de riqueza, arrancando de raíz cualquier posibilidad para desarrollar actitudes personales encaminadas al emprendimiento y promoviendo el deseo de convertirse en funcionarios.

¿A quién rinde cuentas de su trabajo el funcionario? O, en el ámbito universitario, ¿quién mide o evalúa el resultado de la tarea docente? España, como el resto de las sociedades occidentales, ha de estudiar con detenimiento el funcionamiento de su burocracia con el fin de transformarla en una herramienta al servicio de la sociedad.

Parece que no hemos aprendido que cuando la meritocracia se aleja del horizonte y el injusto igualitarismo castiga a los mejores, bloqueando cualquier posibilidad de un beneficio proporcional al esfuerzo y al riesgo, acabamos en la situación de paupérrima miseria a la que nos llevó el comunismo. 

Son el riesgo de fracaso y la incertidumbre (propios del mundo privado) los elementos que crean el ambiente adecuado para el progreso. El hecho de que algo pueda salir mal nos asusta y nos lleva a hacer todo lo que está en nuestra mano para que ese resultado adverso no se produzca. El esfuerzo, la reflexión y la creatividad surgen en contextos de incertidumbre y el hecho de que las cosas puedan cambiar nos activa para sobrevivir.

Sin embargo, el diseño burocrático y endogámico de la universidad (véase el sistema de elección de los profesores, el sistema de promoción interna, el de financiación y evaluación, su escasa interrelación con el mundo de la empresa…) ha inmovilizado su funcionamiento, impedido su dinamismo y alejado a sus miembros del mundo real, convirtiéndoles en los agentes sociales que más animadversión sienten ante la variación del status quo. No sorprende que no tengamos universidades punteras, ya que viven en un universo paralelo, estático e inamovible, donde la meritocracia y la creación de soluciones viables a los problemas reales han quedado relegadas al rincón del olvido.

Es necesario analizar los resultados de 30 años de función pública en democracia para proceder a implementar cambios que generen beneficios para la sociedad, convirtiendo la docencia en un motor del desarrollo económico nacional, ya que de esa actividad provienen las conductas que generan actitud y mentalidad empresarial, génesis de la creación de riqueza.

Sin duda, la casta funcionarial universitaria no va permitir dejar de adoctrinar a nuestros jóvenes, dado que supondría el fin de la izquierda trasnochada que aun campea por las aulas. Pero sin ese cambio se mantendrá ad eternum la contienda de las dos Españas.

 

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